Remontemonos en la historia hasta unos 1600 años a.C.. En el museo histórico de Creta encontramos a nuestra dama: “La Parisina”:
“La ligereza de su porte fue la culpable de su posterior cambio de nacionalidad. Se nos muestra con un ceñido corsé que enmarca su talle de avispa y deja al descubierto los senos (como todos los corsés por otra parte). Faldas de volantes ahuecadas por círculos de metal, como si de un futuro miriñaque se tratara, surgen del talle y bajan hasta el suelo. Con sus dos culebras en ristre, nuestra bella helena, tiene tal pícara expresión que parece comerse el mundo. Sabe que está marcando, y de una vez para siempre, el cánon femenino al que distintas modas volverán religiosamente una y otra vez.”
Escogiendo esta imagen como principio para el desarrollo del tema, veremos reflejado como una y otra vez, de una forma u otra, a lo largo de la historia la mujer siempre vuelve a esa imagen que, cambiada de nacionalidad (como muy bien dice el texto) reúne en una sóla los cánones de belleza femeninos y los instrumentos “de tortura” que utilizamos para conseguirlos. Ya sea estos cánones, según la época, reafirmantes o atenuantes de la silueta femenina, más o menos sexuales o sensuales, con curvas o sin ellas, con cintura de avispa o encumbrando la maternidad…
En las civilizaciones antiguas, no se distinguía tanto entre la ropa femenina y la masculina, por tanto no podemos hablar de un vestuario opresivo para la mujer, al menos en términos tan claros como sucederá luego. Aún así, las características del vestuario si obligaban a la mujer a llevar la cabeza tapada o permitían distinguir si estaba casada o no, e incluso si era prostituta. ¿Por qué no ocurría lo mismo en el caso de los hombres?
Es en el medievo cuando asoman las primeras señas de lo que, a mi modo de ver , fue durante siglos la tiranía de la moda. Las mujeres vestían con ásperos tejidos, creando una silueta en forma de ese (luego se repetirá durante la Belle Epoque) consistente en: cabeza inclinada hacia delante, pecho oculto, cadera y cintura proyectada hacia delante, todo esto acompañado de cinturones enmarcando el talle y aumentando el efecto de mini-cintura. Pero, no podemos obviar en esta época el tema de la ropa interior. La lencería consistía en una especie de corpiño suave, de lino o algodón, que ni siquiera podían quitarse en las ocasiones de los baños. Iban acompañadas en ocasiones de un agujero colocado estratégicamente con la finalidad de que el marido pudiese ejercer sus derechos, son las “chemises à trot” que a la vez iban acompañadas de bordados al estilo “Dios lo quiere”. Además del hecho de que hoy en día sería extrañísimo ver a un marido “ejerciendo sus derechos” frente a su mujer completamente vestida, creo humillante el hecho de que exista un vestuario adecuado para que el hombre pueda acceder fácilmente a “sus derechos”, reduce a bajo mínimos toda posibilidad de placer femenino y lo convierte en lo que debía ser en la época, un modo de desahogo masculino reduciendo a la mujer a un mero objeto; aunque claro, la religión no contempla con buenos ojos el placer sexual, sólo como forma de procrear en caso masculino y, en mi opinión, en ningún caso en el femenino; si el hombre hace el pecado, parece menos pecado.
En contraste con la Edad Media y con su ocultación de los pechos (como símbolo del pecado, en mi opinión), hacia el siglo XIV comienza una moda de engrandecimiento de la sexualidad y en la que se comienzan a destacar esas partes antes ocultas. Los hombres empiezan a realzar su figura con un braguero móvil. Mientras, para la mujer se pone de moda los talles altos, infinitos escotes y un increíble culto a la maternidad : las mujeres conseguían el efecto barriga de embarazada mediante saquitos rellenos que se ajustaban a la cintura, ¿verdad que no parece nada cómodo?. Seguramente era una forma de realzar su fertilidad y así atraer más al sexo opuesto o, quizás simplemente surgió de la necesidad de un cambio drástico con respecto a etapas anteriores.
La mujer se inmiscuye aquí, de forma tímida, en el uso de las calzas como prenda íntima, ligadas por aquel entonces exclusivamente al uso masculino. Surge entonces la condena de Juana de Arco, idealista e incluso defensora visionaria de la igualdad de géneros que se lanza en la lucha contra los ingleses armada de “masculino ropaje”…es éste uno de los cargos que la llevaron a la hoguera al finalizar el s. XV… “La dicha Juana se ha puesto a llevar calzones…”
Durante el Renacimiento, el objeto más admirado del vestuario femenino eran las mangas, estrechas y bordadas, que tenían que descoserse diariamente una vez puesto el traje, no estaba permitido mostrar los brazos, tanto es así que, en los torneos, los caballeros se jugaban las mangas de sus señoras como símbolo de todos sus favores. Si coserse y descoserse las mangas a diario parece un gesto horriblemente molesto, aún me lo parece más el hecho de que tu caballero se juegue tus últimos favores y que estos los represente una triste manga, por muy bordada que esté.
Por si con esto no fuera suficiente, es en el Renacimiento cuando aparece el “cartón de pecho”, antecesor del corsé… A finales del siglo XV, el escote en los vestidos se hizo en forma de V hasta la cintura, todo esto acompañado de una pieza rígida de tejido colocada para tapar el pecho, llamada tassel. Es en esta etapa cuando se inventa el verdugado (lo impone la esposa de Enrique IV de Castilla para procurar la ocultación de sus embarazos, ya que su marido era estéril). El verdugado, en sus diferentes variaciones (reducido en España; de tambor, muy popular en Francia; y de campana) provocaba un especial balanceo en las faldas femeninas, cosa que además acentuaban con los tacones.
En cuanto al calzado, lo último eran los chapines; los llevaban las mujeres pudientes, las cortesanas y las prostitutas y son considerados hoy en día uno de los primeros caprichos de la moda. Alzaban el pie del suelo y hacían complicado el hecho de caminar.
“La dama se acerco a la reja poco rato después,
vestida como las españolas de cien años ha.
Llevaba chapines, que son una especie de sandalia
que no aguanta mucho el pie y con los cuáles
no es posible andar sin la ayuda de otra persona.
Sostenían a la condesa las dos hijas del marqués de…”
Viaje por España en 1679 y 1680. CONDESA DE AULNOY
Pero, mencionaré también los progresos realizados: Es en este período cuando, Catalina de Medicis fue una de las primeras, algunas mujeres comienzan a utilizar calzones como prenda íntima. En un principio, proporcionaban la libertad de realizar ciertas actividades (como montar a caballo) sin el temor de, en un descuido, mostrar las rodillas. Pero no sólo las rodillas…
Las caídas femeninas eran motivo de jolgorio entre los caballeros quienes las aprovechaban para echar un vistazo a los cuerpos antes ocultos de las damas… se utilizaban estas caídas para los motivos de las tapas de las tabaqueras con inscripciones como: “entre dos fuegos” o “Las llamas del fuego queman menos que los fuegos ardientes de vuestros dos amorosos mapamundis”
“Una señorita de 18 años, sirvienta, viajaba en compañía de su señora, cuando, queriendo franquear un obstáculo, cayó cuan larga era sobre su caballo quedando al descubierto ante la amable compañía todas sus partes secretas: vientre, piernas y nalgas.
Viendo esto, un joven noble y rico acudió presto a ayudarla, prendado como estaba de sus bellas y blancas partes. Confesóle su amor, y ella, astuta, no le prometió nada hasta que solemnemente se hubiera casado con ella.. Lo que el joven aceptó de buen grado. De esto hace ya veinte años. Ella sigue conservando limpias y hermosas aquellas partes que le enamoraron. El la ama más que nunca.”
LYON, 1664. LOUYS GUYON
Años más tarde, el mencionado verdugado va desembocando en el guardainfante, que se cree proviene del término “guardián de la virtud”. Su uso se correspondía con el del corsé y, juntos, creaban esa sensación de esbeltez desmesurada en el talle. Tras este aparece el miriñaque, que se seguirá utilizando hasta bien entrado el siglo XIX.
En 1728, un teólogo denuncia: “es intolerable el uso de miriñaques, nada más opuesto al pudor, a la modestia y a las buenas costumbres”,“La hinchazón de los vestidos trae consigo la idea de desnudez, la atención que provoca origina malos pensamientos y reflexiones obscenas”.
Otras opiniones los califican de: “seductores cebos que tienen el poder de incitar al pecado a los desdichados hombres”
Ciertamente, cada prenda que se presente sobre el cuerpo femenino podría ser tachada de causar la idea de desnudez ya que los conceptos vestida-desnuda están ligados en el imaginario. Pero, ¿acaso toda mujer es culpable conscientemente de provocar malos pensamientos u obscenas reflexiones en un hombre o, por el contrario, es el hombre el que está predispuesto a ellos? ¿No es inherente a la raza humana el deseo sexual? Por qué culpar a la mujer solamente, y por qué obligarla a vivir y vestir al límite entre el decoro y la moda, vestirse marcando pero sin marcar, resaltar la silueta femenina como exige el gusto de la época pero sin caer en la provocación de tentaciones ajenas.
En la misma línea, es en el siglo XVIII cuando, podemos decir, surge el corsé. Tiene dos explicaciones, una moral y otra estética. El origen moral está claro, los primitivos corsés borraban prácticamente el pecho femenino, lo cual se supone merma el deseo sexual que las mujeres pudieran provocar en los hombres. El lado estético podría ser debido a los cánones que se repiten, si en una época se muestra más la sexualidad, en la que le siga intentará ocultarse y a la inversa. Desde el Renacimiento hasta finales del siglo XIX, la moda femenina exige la definición estricta de la silueta femenina estrechando la cintura y acentuando la curva de las caderas.
Es por todos conocido el daño que un corsé, sobre todo los más desarrollados, puede hacer, no solo en el desarrollo del cuerpo femenino (ya que se les imponían a las niñas sin esperar a que se desarrollaran por completo) sino en las diferentes etapas de la vida femenina:
“De cada 100 chicas que llevan corsé:
25 sufren de enfermedades del pecho,
15 mueren tras el primer alumbramiento,
15 se enferman tras el parto,
15 adquieren deformidades,
30 solamente resisten, aunque, antes o después, se ven atacadas por males más o menos graves.”
Una moda estúpida que la mujer acataba y el hombre admiraba, ya sea por la propia contemplación o por el hecho de poder demostrar a la sociedad su estatus a través del malestar de quien le acompañe. Con esto quiero decir, la mujer era durante estos años un accesorio más en la vida de un hombre, debía demostrar su delicadeza, finura, el poder adquisitivo de su marido…y cuanto más estrecha fuera su cintura, más denotada su palidez e incluso más frecuentes sus desmayos, más atraería miradas y sería considerada apta en la alta sociedad.
“…una mujer en corsé es una mentira, una ficción, pero, para nosotros, esta ficción es mejor que la realidad.”
Eugéne Chapus, 1862 París. Manuel de l´homme et de la femme comme-il-faut
Había opiniones encontradas con el corsé, es decir, ciertas personas se permitían ir más allá de lo estético:
En 1898, un periódico alemán se hacía así eco de los enemigos del corsé: “La primera cosa a combatir de la vestimenta femenina es, por supuesto, el corsé –esta rígida armadura nociva para la salud-, pues comprime el pecho y el talle poniendo también en peligro los pulmones, el hígado y el corazón…también necesitan ser reformados los sombreros femeninos. Los sombreros modernos, enormes, con su peso de plumas, encajes y flores han sido desechados y sustituidos por sombreros delicados de ligeras plumas que pueden ser plegados y guardados en el bolso”
Enciclopédie ilustrée du costume et de la mode, París 1970
Como excepción, un dato curioso que nos aporta un ventaja del uso de corsé: En 1852 un cura dio una puñalada a la reina Isabel II y esta resultó ilesa gracias a la protección de su corsé.
En la época de los últimos borbones, a medida que los hombres simplificaban su vestuario y apariencia, las mujeres hacían lo contrario. Como es lógico, si un hombre deja de demostrar en sí mismo lo que es, lo que puede ser y lo que vale, comenzará a demostrarlo con más ahínco en su mujer. Así, los peinados de las damas se convirtieron en verdaderas florituras móviles. Los peluqueros privados llegaban a las casa y, a veces, ocupaban tres o cuatro horas en peinar a una dama. El más famoso de la época era LÉONARD, confeccionaba verdaderas escenas bucólicas en las cabezas femeninas que, a veces, sufrían 2 y 3 días sin dormir.
Moralistas, filósofos, higienistas y médicos se oponen a los tormentos de peinados, corsés y miriñaques. Todo hasta convertir a la mujer en un ornamento más:
“…el traje de la dama de clase alta y burguesa representaba su posición subordinada, símbolo de su papel como el bien mueble del hombre……la única función de la señora de la casa es a de demostrar la capacidad de su señor para pagar, su poder económico para sacarla por completo de la esfera laboral……un ser servil y se compara su función con la de las sirvientas domésticas……la ropa evidentemente le impedía trabajar y era testimonio de su distancia del trabajo productivo, así como del gasto por placer.”
Otro aspecto a tener en cuenta es el fetichismo que estos grandes trajes provocaban en el género masculino. Hasta 1914 la mujer no muestra públicamente sus tobillos. Nada era más apasionante para un hombre anterior al siglo XX que intuir la curva de un pie, o la forma de un tobillo. Esto favoreció un impresionante fetichismo en torno al pie, el tobillo y las pantorrillas…Tanto fue así que en los burdeles de lujo de la Belle Epoque, en Londres y en París, los clientes tenían derecho a elegir los botines que se pondrían sus partenaires. En fin, quizás la historia quiera también culpar a la mujer de crear un fetiche que, en casos, llega intacto hasta nuestros días y se remonta a la idea de lo oculto. Ya se sabe, es mejor insinuar que enseñar; la historia demuestra que es cierto.
Hemos de prestar una especial mención a una determinada época de la historia del siglo XIX, el vestuario durante el imperio es desconcertante, una desconcertante liberación dentro de unos siglos que nos fueron muy opresivos. Se dice que la precursora de las merveilleuses, reina de la moda en París, fue una madrileña llamada Mme. Tallien. Ellas eran etéreas, delgadas, vestían amplias túnicas de corte griego abiertas en los costados bajo las cuales no utilizaban corsé sino una especie de body semitransparente, llamado zona (por mantener el léxico griego)que, solamente sostenía la base del pecho. Pero, desgraciadamente, esta época dura apenas 20 escasos años.
Tras ella, la mujer de la restauración vuelve a ser esa mujer rellena de formas y estructuras, vuelve a la opresión, vuelve a estar incómoda. Los pasos andados se desandan en un suspiro.